Ya no es que el tiempo a Mandanga se la traiga floja, que esté estancado en la eternidad, lo peor es la continua pesadilla en que vivimos. Desde el 19 de enero no sé si nuestro destino en lo universal lo rige la Constitución de 1876 o la de 1978, si es Sagasta el presidente o Casper de la Moncloa, si el próximo que venga será Cánovas o Mariano. Da escalofríos pensar que después de más de un siglo siguen las mismas formas de entender la cosa pública que en la época de nuestros tatarabuelos, y que el ‘cesante’ sigue igual de actual como en la administración decimonónica.
Zona vip del estand de una provincia andaluza. Varios alcaldes, alcaldesas, concejales de turismo, jefes de prensa, diputados y directivos de empresas afines al nuevo “turno de partido” toman vino tinto, jamón, queso de cabra frito y bandejas de canapés sin miseria (ya hay que tener mal gusto atiborrarse con el Grupo Arturo). El ambiente es distendido con notas de color que van desde la euforia sostenida a la euforia sin contención, de vez en cuando se desliza entre ellos algunas almas en pena, pertenecen a la facción presumiblemente perdedora, cogen un lasca de jamón, le ríen las gracias a los presumiblemente ganadores y desaparecen. Esta camarilla no necesita abuela, a la primera que pueden te sueltan su vocación altruista de entrega al ciudadano, todos sin excepción interpretan la versión casposa de Caballero sin espada. Son personas versátiles, al mismo tiempo que derrochan abnegación por lo público mantienen conversaciones de altas miras idealistas: reparto de Consejerías, Diputaciones, Direcciones generales, Consejos de Administración…; no hay puesto despreciable, aunque sea de supervisor de Churrerías Locales, que no tenga ya un sustituto del cesante. De los empresarios asistentes sólo comentar que tenían los ojos como el tío Gilito y la perspectiva de una máquina registradora.
Cansados con el prorrateo del Estado, al final del día decidieron irse de putas. A mí que se vayan de putas me parece correcto, al fin y al cabo les une la vocación de servicio, y es una profesión tan digna como la de político o magistrado del Tribunal Constitucional o consejero delegado del Banco Santander o publicitario o director de SGAE, siempre y cuando se lo paguen de su bolsillo y no por cuenta de la partida de Fitur. Un déjà vu del que nunca saldremos.