Ayer a eso de las diez de la noche, leyendo la prensa en un fumadero ilegal (omito el nombre por razones obvias), el titular de una noticia despertó mi interés, siempre teórico, por el tema en cuestión. Cada escuela filosófica ha abordado ‘El tiempo’ desde diversos puntos de vista: es o no medida del movimiento; la medida se halla “fuera” o “dentro” del alma; hay un tiempo cósmico distinto del tiempo vivido; ¿es una concepción teológica, física, psicológica?; es el largo recuerdo de lo que pasó y la larga espera de lo que vendrá. Cuantos intentan definirlo se vuelven tarumbas: que si “fue”, que si es un “ahora” que no es, que si es un “será” que todavía no es; es fundamento de objetividad; es relativo y tetradimensional; es irreversible, es…
En fin, como diría José Antonio Marina, es un asunto “poliédrico”, del cual aquí nos encontramos a salvo, más bien estancados en la eternidad. Si tomamos como medida el transcurrir de la Justicia, obtenemos la prueba irrefutable de que Mandanga está fuera de la dimensión temporal. Después de dieciséis años —entre archivos, condenas, apelaciones, vuelta a condenar, vuelta a apelar…— el Tribunal Supremo ha condenado a ocho meses de prisión e inhabilitación especial a Alfredo Sáenz, mano derecha, izquierda y culo de Emilio Botín por acusación falsa y estafa procesal (qué se sepa). El consejero delegado del Santander ha demostrado cumplir con la condición que el mismo exige a todo banquero que se precie: tener un alto “instinto criminal”. Sáenz puede seguir de número dos Inmune, para cuando resuelva el Tribunal Constitucional sobre la inhabilitación y dicte sentencia, el “instinto criminal” estará criando malvas. Además para mayor tranquilidad cuenta con Miguel Ángel Fernández Ordóñez, el guardián de la honorabilidad y de la buena conducta bancaria, el hombre florero que mejor entiende del significado evanescente del tiempo. Así que tranquilo Sáenz, tú a seguir con tus trapicheos, que esto es Mandanga.
Dónde andas Carlota
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