Gala es un hombre no culto, cultísimo, y en cuanto a preparación anda sobrado: Derecho, Filosofía y Letras, Ciencias Políticas y Económicas. Gala la quiere de “veras” y está “hasta las narices de leer opiniones sobre” su amiga. Gala es apasionado, y cuando nombran a la flor de sus afectos pierde los cuatro puntos cardinales de su intelecto y le sale el borrico que todos llevamos dentro. Hay situaciones en que hasta el más brillante se convierte en un berzas, y en esa debilidad comprendo que Rosa Aguilar sea “una mujer nacida para hacer el bien desde la política de izquierdas”.
Del enunciado no tomo en cuenta la primera parte: “mujer nacida para hacer el bien”. Que sea una frase hecha y que él la dé por cierta, que peine y vista como una monja seglar no garantiza la verdad de la aseveración. No así la segunda: "desde la política de izquierdas". Porque si el bien y la izquierda son definibles por la existencia de su contrario, el bardo nos advierte que hay una mujer nacida para hacer el mal desde la política de derechas. Le agradezco que me ponga sobre aviso, a partir de ahora no descansaré hasta dar con el súcubo.
En la vejez —mantiene mi amiga C.—, los prejuicios de nuestra juventud cobran más fuerza. Me encabrona darle la razón, al ver a Gala retomar el hábito cartujo y el summum bonum de Santo Tomás de Aquino. Dios, el bien supremo, la luz que ilumina todas las cosas, está en la izquierda.
El resto, llámese opiniones en contra o Carmen Calvo, es envidia.
Carlota, no seas tan dura, que es posible que la vejez mande de vacaciones a algunas neuronas
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