sábado, 9 de octubre de 2010

Misterio en el Museo del Prado (3)

Hay algo espantoso, algo escurridizo que repta por los abismos de Mandanga, y que tiene en el sótano del museo la branquia por donde respira: una gigantesca y nauseabunda larva que sisea en la oscuridad, tras los cuadros. No fue una alucinación, ¡lo juro! Estaban ahí, en el fondo de la sala; los vimos resbalando por las paredes, viscosos mocos fluorescentes que palpitaban al ritmo de la Marcha Real. Aterrorizados hubiéramos escapado de allí a trompicones, pero la fuerza hipnótica de los cuadros nos tenía paralizados.

“Y si la historia del retrato de Dorian Gray no fuera ficción” –dijo uno de los investigadores atizándose media petaca rellena de coñac−. “No puede ser, los políticos mandangos no tienen alma, sólo imagen, de tenerla veríamos la deformidad de sus facciones” –respondí−. “¿¡Y si son sus imágenes atrapada en los lienzos!?” –grito el otro investigador. Los nervios se desataron ante el esclarecimiento del misterio, y para aplacarlos nos acabamos el coñac.


A pesar de no llevar gafas, lo reconocí enseguida, porque en cualquier situación que se encuentre siempre está lustroso, y en el cuadro brilla aún más la afectación pomposa que se trae el personaje, será cosa de los entorchados de la casaca. Quizá algún psicólogo descubra bajo las pinceladas un escondido complejo de inferioridad, provocado por la escasez de estudio; aunque no lo creo (los psicólogos siempre andan enredando y buscando donde no hay), cuántas personas pululan en el reino con estudios universitarios y en puestos relevantes que son verdaderos zoquetes, véase Camps o Luis Solana. Pepiño, con la mano izquierda apoyada en la mesa y el brazo derecho descansando displicente en el sofá, da muestras del carácter grave que acompaña al hombre der Parteiapparat, ¿se puede pedir mayor impronta de autoridad? Ella fue más complicada, acostumbrada como estoy a verla envuelta en colores brillantes e imposibles de llevar, con ese estilo playa-Benidorm que ha traído a la Corte, y sin poder escuchar su apabullante sintaxis, lo tenía difícil. Tuve que abstraerme de la peluca y del vestido a lo Eugenia de Montijo para toparme con Leire Pajín; sin embargo, al margen de las abstracciones, lo decisivo para el reconocimiento fue la postura repanchingada de mujer satisfecha, tan propia de las que matan callando al calor de las luchas fratricidas.

P.S. El cuadro visible en el Prado es el retrato de Antonio Ugarte y su esposa María Antonia Larrazábal, pintado por Vicente López. Ugarte fue un personalidad relevante de la camarilla de Fernando VII y un habilidoso intrigante. De él, ahora, no queda nada en la memoria de los mandangos (y dudo que algún historiador recuerde su nombre de primeras); pero en su época fue famosísimo, un adelantado en el tema de cobrar comisiones para él y su amo. La hazaña más renombrada que hizo en vida, fue la compra de una flota de barcos rusos, con los que pretendía transportar al ejército que iba a luchar contra los independentistas sudamericanos. Nunca pudo zarpar de Cádiz, estaban podridos, como premio el rey le dio la embajada de Cerdeña.

1 comentario:

  1. ¡Que penica que los tengamos ahora de cuerpecillos presenetes! ELLA está sumamente dignificada pasar del mercado de verduras a un salón es algo que ni podría soñar.EL, tan clarividente como su otro yo, claro que hoy su brillante actuación habría acabado en unas vacaciones en búsqueda del armiño amarillo. Espero impaciente que me desveles el resto de las maravillas que atesora en lo más profundo de su ser nuestro querido Prado. Yo voy a aclararme con vodka, que la Patria de las Patrias siempre me reconforta.

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