jueves, 10 de junio de 2010

De los intelectuales orgánicos a los intelectuales detritus

El primer principio de la termodinámica intelectual es la ley de su Conservación: el intelectual ni se crea ni se destruye, se transforma. Viene este principio a colación por un acontecimiento alegórico que tuvo lugar el pasado lunes cuando comía un bocata de mejillones en escabeche. Un goterón pringoso del tamaño de un huevo frito manchó una hoja de Antonio Gramsci, qué mira por donde versaba sobre los intelectuales orgánicos. Cómo soy una sentimental me agarré un disgustazo morrocotudo, arranqué una página de un libro de Noam Chomsky que tenía a mano, y limpié el desaguisado lo mejor que pude (si es por cuestión de clases, entre uno y otro no hay color).

A parte del bidet y de vampirizar ideas ajenas, a los franceses le debemos la estupidez del invento; desde entonces se extendieron como una epidemia, arrinconando sin ninguna contemplación y para nuestra desgracia a la estirpe de los ilustrados. Siempre me han producido erisipela, huyo de ellos en cuanto los huelo, y si por un casual me topo con alguno, procuro no escucharlo. Soy muy sugestionable; y al igual que a Woody Allen le da ganas de invadir Polonia cuando oye una opera de Wagner, a mi me puede dar por fundar un estado totalitario del cariz que sea.

En la actualidad este ser en vez de mostrarse iconoclastas, verdadero sentido de su posible existencia, corre baboso hacía todo lo que huela políticamente correcto, sin reflexionar, sin poner en cuestión el establishment, siempre legitimado desde el poder, no desde la crítica. De ahí la controversia: ¿se acerca el fin de tan ilustre raza? Debate que sólo les importa a ellos, porque a los demás nos la trae floja la extinción de los dinosaurios.

No, no caerá la breva, se han transformado en casposas celebridades mediáticas: los periodistas de opinión. Si no se lo creen, vean Madrid Opina, aunque pueden encontrar el mismo programa con distinto nombre en el resto de cadenas. Sentados unos a la derecha otros a la izquierda, son clones sin personalidad ni pensamiento propio, instrumentos para garantizar el poder de los partidos políticos; que impasibles o alterados, según se tercie la provocación o el espectáculo, lanzan mensajes cortos (previamente dictados) a la audiencia con memoria de pez. Banalización de la crítica. Ni en la peor de sus pesadillas hubiera soñado Gramsci que el orgánico intelectual hubiera devenido a la postre en detritus.

3 comentarios:

  1. qué dura eres carlota, que tienen que vivir a cuerpo de rey porque los sueldos de los puñeteros medios de comunicación no dan ni para pagar el alquiler o la hipoteca de un piso oficial, y además en el madrid opina si te das cuenta hay mucho periodista rescatado de los pasillos de sus diferentes medios......

    ResponderEliminar
  2. No estoy de acuerdo con el comentario anterior. Qué viven mal! no me lo creo, si están en todas partes repitiendo el mismo cuento por la mañana, al mediodía y por la noche. Pones la tele o la radio y ahí están siempre los mismos. Ya me gustaría vivir como ellos.

    ResponderEliminar
  3. Desconocía que los estructuralistas eran el detergente de los bivalvos.Que cosas se aprehenden,con ud,todos los días.

    ResponderEliminar