lunes, 24 de mayo de 2010

Obsevaciones empíricas demuestran que Rajoy es un molusco pardusco

La característica principal de los moluscos, según un profesor de ciencias naturales que tuve en la adolescencia, es que son parduscos. Descontando que me echó de clase por el ataque de risa y soliviantar a mis compañeros, el momento en que don Enrique pronunció la sentencia, fue decisivo en mi vida; no porque fuera un momento de inflexión (apenas tenía un antes), si no porque dejé de creer en cualquier principio de auctoritas. Los moluscos tienen la culpa de todos mis males, especialmente de no ser una mujer de provecho. Queridos blogueros, diréis que es fácil echarle la culpa al empedrado; pero, para una mente que se abría al mundo del conocimiento significó una ducha de agua fría, desde entonces soy una superficial diletante sin remisión.

Había un no sé qué familiar en el aire y en las palabras de Mariano, que no lograba identificar. En ocasiones he estado a punto de descubrir ese algo que despertaba en mí, pero se me escapaba en el último instante, dejándome en ascuas. Ayer, 23 de mayo, al verlo degustando caracoles en la Aplec del Caragol lo tuve claro: Mariano es un molusco pardusco. Como molusco de la clase gasterópodo que es, se mueve con lentitud alternando contracciones y elongaciones o sea como vulgar gusano; para ello observemos la ralentización a la que nos tiene acostumbrado el líder de la derecha cuando debe tomar una decisión (Barcenas, Camps…). Al igual que el caracol, Mariano produce un moco que tiene la propiedad de reducir las heridas, las agresiones externas y sobretodo le sirve para librarse de las sustancias pesadas que pueden perjudicarle; dicho moco es fácil de reconocer en el pepero, si se sigue el rastro de los cadáveres que va dejando dentro de su propio partido (Acebes, Zaplana…).

La paciencia es otra prenda que adorna a los moluscos tipo Mariano. Y aunque anda sobrado de ella, no le vendría mal tomar una sobredosis, si quiere que Francisco Camps deje de incordiar. ¿Podrá un simple caracol enfrentarse a un hombre dichoso, a un hombre henchido de éxtasis felicísimo? Creo que sí, porque no hay nada peor para la felicidad que su falta de rigor, así lo demuestra al contentarse con unos trajes de chichinabo. Si de amor también se muere como le ocurrió a Joan Crawford en la película de Jean Negulesco, de felicidad muere Camps. Enrocado en su reino de taifa, antes morir que perder la vida, le ha llegado la consumación del itinerario donde le espera el retráctil y pardusco Mariano.

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