jueves, 20 de mayo de 2010

Forlán y la técnica de la cebolla

Ayer me sentí una extraña en Mandanga, tuve un ataque de pánico, creí que los amigos, familia, vecinos y demás berzas cercanas estaban poseídos por alguna clase de “espora marciana”.

Como estoy sin un céntimo después de comprarme un vestido de corte veraniego en Kenzo, y me queda aún diez días para cobrar la nómina, llamé a mi padre para que me invitara a cenar. Fue mi primer encontronazo con la “espora”. El muy borde me dijo que lo sentía, pero iba a ver la Copa del Rey con unos amigos. <<¡Padre (los flamencos tenemos un cierto despegue en el trato familiar), si tú eres republicano y sostienes que el fútbol es el opio de las masas!>>. <<¿Es que uno no tiene derecho a distraerse? Vamos Carlota, a ver si superas prejuicios adolescentes>>. ¡Mi padre, el que voto “no” a la constitución del 78, me abandonaba por la Copa del Rey! Poco después me llamó X, un conocido crítico de cine con una personalidad súper cool, me invitaba a su casa donde se reunirían un grupo también súper cool para ver el doblete del Atlético, imprescindible llevar bufanda rojiblanca. ¡Era la primera vez en doce años de “intensa amistad” que sabía de su alma colchonera! La "espora" se multiplicaba. A media mañana tomé la habitual pulga de anchoas con los compañeros, muy irritados con el “cabronazo” del jefe por asistir en directo al derbi, y ellos trabajando como esclavos; después de escuchar derbi unas cuarenta veces me pudo la curiosidad y les pregunté inocentemente: ¿Habrá caballos en el partido? Gracias a que sonó el móvil pude esquivar las miradas de desprecio; era mi amiga Pepa para comunicarme que un tal Guardiola la ponía becerra. La espora tenía a los habitantes de Madrid con un cuerpo de fiesta que ni crisis, ni especuladores, ni impuestos, ni garzones, ni Camps…

Por la tarde de vuelta a casa escuché en la radio como el locutor recitaba una estrofa de Sabina, “Para entender lo que pasa/ hay que haber llorado dentro/ del Calderón, que es mi casa”; y decía: “¡Qué manera de comprender, esa voz canalla, esos versos, esas rimas que nos acercan al profundo sentimiento de los seguidores atléticos”. No, si todavía algún descerebrado propone al Poeta de los Ripios para el Cervantes –atentos a la rima pasa/casa-. Estaba viendo el final de Blade Runner cuando cogí el teléfono a Carmen.
-has visto qué cuerpo tiene el Uruguayo -me suelta.
-¿Qué Uruguayo? -le pregunto.
-¡Idiota! Forlán -me reprende.
-¡Ah, no sé quién es! –admito mi ignorancia.
-¿Pero es que no estás viendo el partido? Es un jugador del Atlético. La verdad es que de cara no vale un pimiento, pero qué tabletas. Yo le haría la técnica de la cebolla -me dice misteriosa.
-¿Qué técnica es esa? -me sorprendo.
-Coges los bajos de la camiseta, la subes con brazos incluidos y con ella tapas la cara para que no se vea -me explica.
Colgamos después de pasarnos nuestra buena media hora hablando de la técnica de la cebolla y de preguntarle si ha estado en contacto con algo parecido al polen. Antes de cepillarme los dientes puse la televisión. La plaza de Neptuno estaba vacía, un muchacho de rodillas suplicaba desconsolado al dios, acercando la frente al suelo una y otra vez. Soñé con esporas gigantescas en forma de Alianza de Civilizaciones y en irreductibles colchoneros.

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