lunes, 19 de abril de 2010

Le rayon rouge

Leo la frase más reveladora del futuro pacto anticorrupción, el resto del contenido es cháchara inane: “deploramos las actuaciones irregulares y corruptas de unos pocos”. Leo a Mari Cospe pedir perdón, y dos renglones más abajo: “no somos responsables de las manzanas podridas”. Por supuesto, vosotros sois como el rey, irresponsables, para responsables mi gato Larios y yo. Leo la desvergüenza, el poco respeto por la cosa pública y la idiotez más extrema en la declaración de Jaime Matas: “El presidente va a 300 bodas. ¡Al año!". No me extraña que sacara al juez José Castro de sus casillas: “si hubiera asistido a menos bodas, quizá habría tenido tiempo de controlar el dispendio público”; a lo que el cara responde con un par: “a menos bodas y a menos ferias”. Leo en la entrevista sin sustancia de Esther Esteban (igual los injertos del entrevistado o lo vendida que esta la casta periodística han dejado seco el cerebro de la Oriana Fallaci) a Bono, figurín de la política, decir que tiene “los bolsillos de cristal”. Qué se ande con cuidado, al menor golpe los bolsillos se hacen añicos y cae la caja registradora.

Desde que vi Le Rayon Vert de Eric Rohmer, cada vez que estoy un atardecer frente al mar, observo el horizonte a la búsqueda del último destello del Sol, sólo en una ocasión creí verlo en Cabo Roche. Lo que si es perceptible sin hacer gran alarde de sensibilidad visual son los incontables rayos rojos que pululan en el cielo mandango, hay dos de intensa fosforescencia. Si fijamos la vista veremos sobre ellos a los malabaristas del equilibrio legal, antes de desaparecer en el lado oscuro de la ilegalidad; a poco que nos concentramos distinguiremos claramente a Jaime Matas con un dedillo agarrase al borde, y a Bono deslizarse por su pista. Ambos representan el prototipo del individuo de esta época, “el tono del cuerpo nacional” en palabras de Ortega y Gasset.

¿Qué tienen de común? La vanidad, la soberbia, el hortera nuevo rico, la estulticia y el todo vale del pequeño burgués que ha alcanzado los sótanos del poder. Me recuerdan a los estafadores de poca monta de las novelas policíacas que comienzan a delinquir con pequeñas tropelías y poco a poco, creyéndose a salvo, van acometiendo empresas de mayor envergadura. Pero lo que más les une en estas Vidas Paralelas son sus mujeres: Maite Arenal y Ana Rodríguez Mosquera. A parte de la querencia por el sector inmobiliario y del gusto por el relumbrar, las dos han trabajado para los partidos de sus santos, las dos se pirran por las joyas (una las compra a tocateja y la otra las vende). Aquí Ana demuestra ser más avispada. Primero pone unas franquicias de Tous y después se las vende a Tous por un porcentaje anual de casi 800.000 euros al año. Tras consultar con expertos del ramo no me casan los número o bien las manchegas no se salvan de llevar colgado el vulgar oso o bien huele que apesta. Tanto ella como sus hijos tienen que ser linces para los negocios, el mundo ecuestre no sale de su admiración, no hay empresa hípica en Mandanga que tenga los beneficios que dan los caballos de la familia Bono, 300.000 euros al año. ¡Ana, presidenta!, con ella tiembla la crisis.

1 comentario:

  1. Al fin y al cabo,somos ejpañoles;Dios nos ponga donde haiga.
    ¡Vive le docteur Guillotine!

    ResponderEliminar