jueves, 18 de marzo de 2010

¿Quién menoscaba mis bienes? Gallardones!

Gran revuelo hay en Mandanga. ¿Cómo es posible?, se preguntan los políticos que el pueblo no les valoren, no les amen y se distancien de ellos. Serían triunfadores en las empresas privadas o incluso llegarían a profesores no numerarios; sin embargo, en su altruismo han abandonado exitosas carreras profesionales, han dejado la calidez conyugal, han postergado la educación de sus hijos, todo por el servicio a la patria (me he pasado en grandilocuencia, donde pongo patria, por favor, léase país). Qué ingratitud, la envidia respira por la boca de los mandangos, cómo si cualquiera tuviera la preparación de Aído o de Camps para ocupar sus puestos. La cosa pública no está al alcance de cualquiera, es evidente. Los ciudadanos deberíamos madurar y superar esa antigualla burguesa de responsabilizar y culpabilizar al padre de todo mal. Abandonemos los prejuicios y admitamos que el político se desvela por nuestro bienestar; sirva de ejemplo la cruenta batalla entre U2 de la Mancha y Javier Rojo por demostrar si son la señorías bajas las que dan más el callo o son las señorías altas.

No vemos cómo se le levanta los implantes capilares a U2 de la preocupación que le embarga por la pobreza de ocho millones de mandangos y por los cinco millones de parados. Me emociono cuando reflexiono sobre el generoso gesto que han tenido los diputados de reducir sus vacaciones. ¿Y Gallardón? Cada vez que pienso en lo injusta que he sido con él me cae una lágrima de arrepentimiento.

Este hombre al que no he valorado lo suficiente, ha llevado la deuda del Ayuntamiento de Madrid a las cumbres más altas: 6.762 millones. No es meritorio, tener el arrojo de sumarse a la indigencia como uno de tantos, eso es dar ejemplo. Con que cara voy a criticar a este incansable emprendedor del trapicheo para hacerse con unos cuantos milloncejos de aquí y de allí. Esa inventiva para ver dónde garrapiñar lo eleva a la estratosfera, muy por encima del resto, incluida la Ministra de Economía y su subida del IVA nada original. Lo imagino una tarde, tramando nuevas formas creativas de recolección con su colaborador preferido Carlos Calvo; esta cansado y se asoma displicente a la ventana del palacio, ve parpadear las luces ámbar de los semáforos y el cruzar de los coches sin tiempo para frenar. Y así, de pronto, con esa hiperactividad mental que le caracteriza le viene la mega idea: multar con 200 euros al conductor que se salte el color ámbar. Qué esta permitido, y qué, la cosa es pillarnos por el morro y echarle la culpa al rojo. Ocurrencias le sobran, como le sobra la propaganda de que lo hace por nuestra seguridad vial y no por afán recaudatorio. Yo, de él cobraría cada vez que un coche o paseante ponga sus reales en una calle, de está forma Madrid encabezaría el liderazgo municipal del superávit.

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