miércoles, 20 de enero de 2010

De embargos y otros asuntos del amor

Qué complicadas son las relaciones de pareja, y eso que yo no pongo nada de mi parte; pero aún así la armonía desaparece con la misma facilidad que se consume un cigarrillo. Pasaba la tarde enfrascada en las memorias de Casanova por si se me pegaba algo de su saber; cuando apareció Bruno más aburrido que un funcionario y con ganas de tenerla. Venía en plan Mari Tere de la Vega, con el dedo acusador y la misma retahíla que hace unos quince años. A pesar de ello, apliqué el viejo lema fisiocrático: "Laissez faire, laissez passer"; y mantuve un dominio de mi misma que ni Casper de la Moncloa en situaciones críticas de Mandanga. La causa de la tormenta era que no soy una mujer de provecho, qué ya está bien de ser una diletante, una perezosa y de malgastar el tiempo en sandeces (léase el blog). O cambio o no hay futuro en nuestra relación. ¡Futuro a mí, qué soy pitonisa!

Traté de razonarle que el ser de provecho como los gustos, es una cuestión personal; y que me consideraba más bien del tipo provechona de la vida. Sin importarle mi opinión al respecto, puso los ejemplos de Ana Patricia Botín; de Mari Cospe, que ha compaginado una exitosa carrera política con la difícil tarea de ser madre soltera; de Isabel Coixet; de Carlos Ruiz Zafón, tan joven y escritor consagrado; de Bibiana Aído, que a fuerza de trabajo y preparación ha ascendido de la flamencología a la ministeriología; de Isabel San Sebastián, tertuliana, columnista, ensayista, cuentista y novelista. Cualquiera le decía que la Coixet, a parte de ser pesada, es un producto pegado a unas gafas llamativas; y que si me dan a elegir entre "Las amargas lágrimas de Petra von Kant" y los ruidos de Tokio, a años luz me quedo con las neurosis de Fassbinder. Qué entre la aerofágia de los vientos de Zafón, antes una noche sin dormir leyendo a Celine... Y qué ya me gustaría tener un padre Botín.

En medio de la homilía me pasó una carta del banco, que abrí al descuido. El seguía a su bla, bla, sin prestar atención a los cambios que se producían en mi semblante: ojos desorbitados, tez lívida y boca abierta cual buzón de correos. Me tambaleé durante unos segundos imperceptibles. ¡Mierda, el pirata de la Cibeles había embargado mi cuenta, y la tenía más roja que una fusión de protones! Mientras Bruno seguía con su cháchara, ideé un plan contra Gallardón: cancelaría todas mis cuentas bancarias, de aquí en adelante pagaría en metálico, y cuando vinieran a cobrar las multas me iban a encontrar como al moroso de la "Rue del Percebe", por el ole. Sorteé la tarde con una flema que para si la quisieran Charles Wilson y su prima LetiZia, todo sea por el triunfo del amor.

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