lunes, 13 de septiembre de 2010

De como Adrià viaja a Harvard, y hace enloquecer a un público supertransversal. Homenaje a Cipolla

Ferran Adrià nunca decepciona, es una fuente inagotable de ideas, la última siempre supera a la anterior, la empequeñece. Si el tabaco, el alcohol y las morcillas de Burgos no lo impiden, espero no perderme ¡ni una! de este visionario de la bullición. Al césar lo que es del césar: es el mayor humorista que Occidente ha parido en las últimas décadas. Dicho lo cual, ateniéndome a la división humana de Carlo Maria Cipolla, no quita para que pertenezca por meritos propios a la categoría de los “Malvados”, de igual forma que la Universidad de Harvard a la de los “Incautos”. Por hacer un paralelismo con asuntos candentes, y para una mayor comprensión de las tipologías de Cipolla: Garzón es a Adrià, lo que la Universidad de Nueva York es a la de Harvard; pero sin la chispa hilarante del hospitalense.

Un humorista con aspiraciones de showman debe poseer una caradura excepcional. Sin ella devendría en payaso deprimente; de esos que nada más verlos en la pista hace que el corazón reviente de angustia -como si tu madre acabará de morir o tu amante te abandonara- sólo con imaginar las vidas miserables que deben arrastrar por esas autovías hundidas de Mandanga (véase la del 92 a su paso por Guadix). Tranquilos, a Ferran Adrià no hay quien lo iguale en jeta.

Como en las sacas del reino no queda ni un maldito euro que esquilmar, y viendo el susodicho que peligra el vivir sobrao de la FUNDACIÓN, con el restaurante a un paso del raus total, ha viajado hasta el mismísimo Harvard. Allí, ha retado a las mentes más preclaras del planeta a que recojan el testigo de El Bulli, a fin de que el irrelevante centro intelectual se haga con la vanguardia de la educación saludable. Acabado el “curso icónico” (sic), la gastronomía se le queda pequeña, con chulería torera les pone un par de banderillas a los presentes: “y a ver hasta dónde lo llevan, (¡pringados!)” -lo que está dentro del paréntesis es una apostilla mía, no he podido resistirme-. En la estratosfera de lo absurdo, y siempre él mismo en su mismidad, declara que pretende “explorar la experiencia sensorial a través de las imágenes y la tecnología”, que “quiere dar (aquí se le ve un pelín Dios) a la gastronomía una nueva capacidad de fabulación, de invención, de irreprochable innovación”, que “él da experiencias no comida”, que “ha creado un nuevo alfabeto” (más Dios); y así, con los harvardeños aplaudiendo a rabiar, y saltando de una bobada a otra podría estar ad infinitum. El suso deja el surrealismo de Groucho Marx a la altura de Chikilicuatre, y a mí en bragas mentales, porque no sé si sentir vergüenza ajena o admiración sin límites.

¡Ah, se me olvidada! Comenta el cocinero que “El Bulli maneja una lista de dos millones de potenciales comensales”. ¡Thackeray no tendría suficientes folios, si tuviera que escribir hoy El libro de los snobs!

2 comentarios:

  1. Cuando el diablo no sabe que hacer.. con el rabo mata moscas, eso me decían cuando era pequeña, y compruebo que no sólo es el diablo, sino también las multimentes que ofrecen experiencias cuando ansiamos un chuletón, tecnología por lentejas, imágenes por besugos todo ello concentrado y a módico precio. ¿Por qué cuando el norte se convierte en sur surgen estos seres que son ídolos para la pseudointelectualidad y repatean , poquito tiempo eso sí, al resto de los mortales normalitos?

    ResponderEliminar
  2. Ya sabe vd,querida VK,que subestimamos a los estúpidos que nos rodean y son legión.No se haga mala sangre el cocinero listillo morirá victima de una tortilla deconstruída con salmonella.La feria de las vanidades tiene esas cosas, pero siempre nos quedará Casa Ciriaco

    ResponderEliminar